De Muerte y otras Esperanzas

No soy de terror, espantar no quiero, mas inocente me declaro si ante tus ojos de amenaza me visto. No fui creada para competir, sin sentido tiene que te escondas y me niegues, como si mal yo estuviera. Mi existencia es innegable, aunque me temas, porque en mi habita la razón y el sentido, el motivo que te empuja a seguir. No soy el mal, ni la sombra que te asecha por las noches. Soy lo inevitable, el portal y el velo entre lo que crees saber y lo que, temeroso, desconoces. Soy quien te regala estas siete historias, escritas una tarde de lluvia para que leas un domingo de verano. Soy la protagonista, aunque no me veas, porque en el todo, como junto a ti en este momento, estoy. Realidades diferentes, o iguales a la tuya, que te entrego desde mi baúl que con recelo he guardado, para que comprendas, en este mundo en llamas, como detrás de mí, y dentro mío, algo más se esconde, algo a lo que llamas esperanza. Paciente aguardaré a que culmines, para que al fin mi mires y, sin correr con una sonrisa sincera, podamos conversar.

Atte. La muerte.

Malleus Maleficarum

Hacía tan solo quince días habían estado allí, en el mausoleo, cuando acompañaron a su amiga Turmalina a su última morada. Ni el polvo del mucho que dominaba aquel húmedo lugar se había atrevido a tocar su féretro. De mármol, se mantenía impoluto y parecía resplandecer ante la oscuridad que derrocaban con sus linternas.

Gneis fue el último en ingresar con el bolso que contenía los utensilios que necesitaban. Por su parte, Caliza fue la primera en arrepentirse de haber aceptado la invitación de Ónix que, al verla palidecer, comenzó a replantearse si su sed de justicia tendría algún sentido.

—¿Por qué nos has encerrado? —arremetió Caliza contra Gneis con su voz entrecortada entre el miedo y su claustrofobia tras comprobar que la puerta estaba cerrada.

El joven de la mochila azul

La mochila, azul Francia, estaba lista desde la noche anterior y aguardaba sobre la mesa ratona de la sala de estar.
El joven, con sus veinte años recién cumplidos, no pudo conciliar el sueño. Desde que recordaba se había preparado para el gran día y, ese día, llegó.

Despierta

La claridad del día y las voces eufóricas, lejanas, la llamaron del letargo. Cuán pesados tenía sus párpados y qué difícil se le hacía mantenerlos abiertos. Estaba cómoda en su cama acolchonada, aunque le pareció más pequeña de lo que recordaba. Tal vez eran las ganas de seguir durmiendo, pensó y colgó las piernas en el borde.

Encuentro

Los tres se reunieron por primera vez. Era necesario.
—Gracias por venir —dijo ella y detrás de él cerró la puerta.
Desde el palier logró ver al otro sujeto sentado en el sofá, ese que él había comprado con tanta ilusión. Tragó saliva y tomó aire. El camino hasta su encuentro se le antojó eterno.